Toda familia desea lo mejor para sus hijos si bien, sobre el cómo hacer que sus hijos lleguen a ser unos niños y personas seguras de sí mismos no existe manual de instrucciones. Encontrarán piedras en su camino que deberán sobrepasar por si mismos si les enseñamos a pensar en las distintas posibilidades de hacerlo –los adultos en segundo plano- facilitando, en consecuencia, la relación de problemas. Cometeremos errores lo que les ayudará a ver que no ocurre nada por fallar si se pone solución. Siendo comunicativos, empáticos y generosos les ayudaremos a serlo mientras que si ofrecemos modelos inseguros, poco asertivos y cariñosos acabarán siendo el reflejo de lo que están expuestos..
Las personas somos el resultado de la carga genética y del entorno, por tanto, si éste resulta seguro, con unas normas consensuadas y unos límites puestos desde el cariño, la confianza, la tranquilidad, siempre de la misma manera y desde el principio el niño verá su potencial aumentado.
No olvidemos que los niños aprenden por imitación (de la familia fundamentalmente y, en segundo lugar de la escuela) y por repetición y que sus actuaciones son propias del momento evolutivo en el que se encuentran. Por ejemplo, si ante una rabieta de un niño pequeño no la entendemos como propia de la edad sino como “este niño quiere hacer lo que le da la gana”, “pretende tomarme el pelo”,… y se le grita o coge fuerte se le está enseñando una mala gestión de las emociones y a frustrarse por no ser entendido. Nuestras actuaciones como padres y/o educadores son más importantes que las palabras y determinaran las suyas. Las emociones no son enteras ni para siempre y la rabieta no deja de ser una emoción (sea infantil o adolescente). Por ello, debemos hacérselo ver y entender que sino escuchamos sus problemas cuando son pequeños no nos los contarán cuando sean grandes. Para ayudarle a formar una autoestima positiva y un buen autoconcepto debemos guiarles por tanto desde pequeños.
Entender que en la relación con los niños son fundamentales tres cosas muy básicas: empatía, amor (pero no como sobreprotección o un entorno falto de emociones ni límites o abuso de dichos límites, ya que no benefician al desarrollo integral del niño) y sentido común.
“Un niño al que se le escucha, se le quiere, se le permite cometer errores a los que poner solución,….seguramente sea una persona que se quiera, que sepa escuchar, con gran capacidad para resolver problemas y para la comunicación, etc.”
El niño necesita experimentar porque así establece conexiones neuronales positivas. Además, necesita movimiento porque esa parte del cerebro no está lo suficientemente madura. Si bien, la experimentación no implica la falta de límites sino al contrario.
Igualmente, el niño necesita un diálogo que le guíe ya que éste -esos límites- les permite centrarse en lo que es importante en su desarrollo. El explicarles hace que conecten la emoción con la razón, su cerebro emocional con el racional (concretamente la parte del cerebro que conecta estos cerebros es la ínsula). Lo importante no es la cantidad de neuronas sino las conexiones neuronales que se establecen. Entender que el cerebro del niño es más complejo de lo que pensamos (primitivo, emocional y racional), poniéndonos en su lugar nos hará entenderle y ofrecerle un entorno “a su medida”.
Por tanto y, para concluir, no hay dos niños iguales porque cada niño es genuino con cerebros y almas capaces de sorprendernos si estamos abiertos y le tratamos como nos gustaría que nos traten.
Para que un niño termine alcanzando sus sueños necesita que antes alguien crea su sueño es posible y le de tiempo y recursos para lograrlo. Comunicarle un mensaje positivo puede ser la medicina más efectiva a favor de un buen autoconcepto y autoestima así como hacerles llegar la idea de que cada fracaso nos abre una nueva oportunidad.
ENSEÑEMOS A LOS NIÑOS A SER AUTÉNTICOS y A SER PACIENTES CON LA VIDA PERO TAMBIÉN CON ELLOS MISMOS.
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